Tomado de realworld economics review, 89, 5-22. Traducción de Alberto Supelano. Recepción: 05-10-2019, aceptación:
06-05-2020. Sugerencia de citación: Wray. L. Randall. (2020). Caminos alternativos a la teoría monetaria moderna. Revista de Economía Institucional, 22(43), 29-56.
La versión en castellano se publicó originalmente en Revista de Economía Institucional, vol. 22, n.º 43, segundo semestre/2020, pp. 29-56 issn 0124-5996/e-issn 2346-2450
Reproducido con permiso del autor.
En los últimos meses, algunos personajes muy conocidos han tenido que referirse a la teoría monetaria moderna (TMM). El presidente de la Fed Jerome Powell (quien admitió que no ha leído nada sobre el tema, pero afirmó que la TMM es “errónea”), Cari Icahn (quien me llamó durante la campaña presidencial de 2016 para hablar con entusiasmo de las semejanzas con su manera de pensar, pero que ahora la considera “muy peligrosa”), el ministro de Finanzas de Japón, Taro Aso (quien calificó a la TMM como “una idea extrema y peligrosa que debilitaría la disciplina fiscal”, como si la disciplina fiscal de Japón fuera una maravilla impresionante) y el izquierdista Jerry Epstein (quien la ve como una ideología similar a la de “primero Estados Unidos” con “controles centralizados” en vez de confiar en “políticas más amigables con el mercado”), todos ellos unidos en oposición a la teoría. Lo que tienen en común es que lo que critican nada tiene que ver con la TMM. Aquí no dedico espacio a rebatir sus argumentos falaces, pero remito a los lectores a varias réplicas[1].
Primero explicaré claramente qué es la TMM y luego describiré cuatro caminos que llevan a las conclusiones de la TMM: la historia, la lógica, la teoría y la práctica.
¿QUÉ ES LA TMM?
La TMM ofrece un análisis de la política fiscal y monetaria aplicable a los gobiernos nacionales con monedas soberanas. Argumentamos que hay cuatro requisitos esenciales que califican a una moneda nacional como soberana en el sentido en que usamos el término:
- el gobierno nacional elige un dinero de cuenta en el que se denomina la moneda;
- el gobierno nacional impone obligaciones (impuestos, tasas, multas, tributos, diezmos) denominados en el dinero de cuenta elegido;
- el gobierno nacional emite una moneda denominada en el dinero de cuenta, y acepta esa moneda en pago de las obligaciones impuestas; y
- si el gobierno nacional emite otras obligaciones contra sí mismo, estas también se denominan en el dinero de cuenta elegido y se pagan en la moneda del gobierno nacional.
Hay una quinta consideración importante que se refiere al régimen de tasa de cambio y que se deduce del cuarto requisito anterior. Hablando estrictamente, si un país adopta un patrón oro o “dolariza”, no tiene una moneda soberana porque ha acordado cambiar su moneda por oro o dólares a una tasa de cambio fija. Su obligación es realmente entregar en pago oro o dólares. Por otro lado, una nación con una tasa de cambio flotante no compromete al gobierno a entregar oro o moneda extranjera a una tasa de cambio fijo, de modo que cumple nuestra definición de moneda soberana. Muchos países se sitúan entre estos dos extremos: emiten su propia moneda pero operan con algún grado de manejo de la tasa de cambio. También pueden comprometerse expresamente a entregar divisas en pago de sus obligaciones (es decir, emitir deuda en moneda extranjera). Si bien no se requiere necesariamente una moneda flotante para que la política monetaria y fiscal funcione de manera consistente con una moneda totalmente soberana, la emisión de deuda del gobierno nacional en una moneda extranjera o la promesa de cambiar moneda nacional por moneda extranjera a una tasa de cambio administrada (lo que es casi equivalente) limita el espacio de política interna.
La TMM argumenta que la situación financiera que enfrenta un gobierno nacional con una moneda soberana (que cumple las cuatro condiciones antes mencionadas) es totalmente diferente de la que enfrenta un hogar, una empresa o un gobierno que no emite una moneda soberana. El emisor de moneda soberana:
- no se enfrenta a una “restricción presupuestaria” (como se define convencionalmente);
- no puede “quedarse sin dinero”;
- siempre puede cumplir sus obligaciones pagando con su propia moneda;
- puede fijar la tasa de interés de cualquier obligación que emita.
Es importante tener en cuenta el uso de la palabra “puede” en los dos puntos finales (así como de “no” y “no puede” en los dos primeros). Un gobierno soberano puede imponerse a sí mismo un “presupuesto” que “restringe” su gasto. Esta es una práctica normal y tal vez una buena idea. Un gobierno soberano puede optar por incumplir sus promesas.
Esto es muy inusual y quizá siempre sea una mala idea. Un gobierno soberano puede permitir que los mercados financieros fijen al menos algunas de las tasas de interés sobre las obligaciones del gobierno. Esto también es común y quizás una buena idea, aunque, como veremos más adelante, el gobierno fije la tasa base incluso cuando permite que los mercados fijen otras tasas.
Debe tenerse en cuenta que la TMM no argumenta que, debido a que un gobierno “no puede quedarse sin dinero”, debería “gastar sin límite”. No argumenta que, debido a que un gobierno “siempre puede cumplir sus obligaciones”, “los déficits no importan”. Tampoco argumenta que debido a que un gobierno no “enfrenta una restricción presupuestal”, debería tener un “presupuesto ilimitado”. Pero estos son los tres principales reclamos que nuestros críticos hacen a la TMM. Por ello se la califica como “peligrosa” y se vincula a la hiperinflación. Pero la TMM nunca ha dicho esas cosas.
Otra crítica importante –especialmente de los banqueros centrales– es que la TMM pide a los bancos centrales que “impriman dinero” para “pagar” el gasto deficitario. La TMM no recomienda esto, ni se requiere tal acción para validar ninguno de los cuatro puntos antes mencionados. En términos más generales, ninguna de las principales conclusiones o recomendaciones de política de la TMM requiere cambiar los procedimientos actuales adoptados en Estados Unidos y otros países con moneda soberana para hacer pagos del gobierno, para gastos o cumplir obligaciones. Si el Congreso o el Parlamento aprobaran presupuestos mucho mayores que autorizan más gasto, los procedimientos actuales son adecuados para asegurar que el gasto se pueda financiar siguiendo los procedimientos habituales. Si bien es posible que un seguidor de la TMM ejecute una política monetaria muy diferente de la que hoy suelen adoptar los bancos centrales, no se requiere ningún cambio en la banca central para que un gobierno que emite una moneda soberana obtenga el espacio de política implícito en los puntos 1 a 4 antes mencionados: libertad para cumplir todas las obligaciones a su vencimiento y fijar la tasa de interés de política que ya está en manos de los emisores de moneda soberana.
En cambio, lo que la TMM siempre ha subrayado son las limitaciones de recursos reales que enfrentan los emisores de moneda soberana[2]. Incluso en las economías más ricas y productivas (Estados Unidos, China, Japón y Reino Unido), si el gobierno nacional aumentara su gasto, eventualmente enfrentaría restricciones de recursos reales. Puesto que el gobierno “no puede quedarse sin dinero”, puede “ganar” una guerra de pujas, quitando recursos a otros usos (en el sector privado, o utilizados por niveles más bajos del gobierno). En algunos casos (una guerra, el Nuevo Pacto Verde) esto podría ser deseable; y en otros no tanto. Las consecuencias inflacionarias también pueden ser indeseables. Y la inflación puede desencadenarse antes del pleno empleo (por cuellos de botella en algunos sectores), de modo que es importante hacia dónde se dirige el gasto del gobierno[3].
En todo caso, la TMM siempre ha reconocido que “un gasto excesivo” o mal orientado puede causar inflación; los recursos pueden ser escasos pero las finanzas soberanas no lo son. Además, el tamaño del gasto del gobierno, el tamaño del déficit presupuestario y el tamaño de la deuda pendiente son malas medidas del potencial inflacionario del gasto adicional del gobierno, aunque se midan con respecto al PIB. No hay razones mágicas que indiquen que el gasto del gobierno es excesivo. La medida correcta es la magnitud del gasto adicional con respecto a la oferta de recursos ociosos que el gasto movilizará. Además, el efecto “multiplicador” de la demanda inducida sobre los recursos ya empleados puede ser importante, así como el potencial de importaciones alternativas a la producción nacional que compensarían las presiones multiplicadoras. Afortunada o desafortunadamente –según el punto de vista–, las economías modernas suelen operar con suficiente holgura y no es probable que incluso grandes aumentos de la demanda agregada ejerzan mucha presión sobre los salarios y los precios. Nuestros críticos siguen librando una batalla contra la inflación que se ganó hace casi dos generaciones. Decimos esto no porque ignoremos la inflación potencial, sino porque observamos que la situación normal es de gran holgura.
El otro reclamo importante a la TMM proviene de los críticos que argumentan que el enfoque no se puede aplicar a Somalia, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo, Burundi, Liberia, Zimbabue, Níger, Malawi, Mozambique, Ecuador, Grecia, Honduras y Nicaragua[4]. Y puesto que no es de aplicación universal, sostienen que la TMM es incorrecta.
En efecto. ¿Cuántos de estos países cumplen los requisitos antes mencionados? Veamos. Somalia no emite moneda desde 1991; las grandes transacciones se manejan en dólares estadounidenses y las pequeñas en la antigua moneda que aún circula. Además de que no cumple las condiciones enumeradas anteriormente, Somalia es, con cualquier medida, un ejemplo de un Estado fallido, y su régimen de tasa de cambio es quizá uno de sus menores problemas. La República Centroafricana ata su moneda al euro. La República Democrática del Congo estaba muy dolarizada hasta hace poco, aunque las reformas hoy presionan para que se recauden impuestos en moneda local. En los últimos años, Burundi ha experimentado con un acuerdo de vinculación monetaria, un sistema de tasa de cambio dual e incluso triple y un sistema de tasa de cambio administrado; parece estar avanzando lentamente hacia una tasa flotante. El dólar estadounidense es una moneda de curso legal en Liberia, donde la moneda local está atada al dólar y en todas las transacciones, salvo las más pequeñas, se utiliza la moneda estadounidense. El dólar también es de curso legal en Zimbabue. Níger tiene un sistema de tasa de cambio triple, administrado y confuso, sin contar la tasa no oficial del mercado negro. Malawi y Mozambique solo pasaron recientemente a tasas flotantes. En Ecuador (como en Liberia), el dólar circula junto con la moneda local atada al dólar. Grecia abandonó su moneda y adoptó una moneda extranjera. Honduras y Nicaragua se atan al dólar.
El lector observador notará un patrón: la TMM no se aplica a estos países porque no cumplen las condiciones antes mencionadas; y aunque algunos pueden estar avanzando hacia la soberanía monetaria, aún les falta recorrer un largo camino. Durante mucho tiempo, los defensores de la TMM han criticado la creación de la zona euro, argumentando que divorciar a los países de sus monedas soberanas anteriores podría llevar al desastre. Y llevó al desastre. Debería ser obvio que nuestra crítica del experimento del euro no es lo mismo que argumentar que Mozambique resolverá todos sus problemas flotando su moneda local[5]. En general, la TMM favorece las tasas flotantes para ampliar el espacio de política interna, pero ese quizá no sea el primer paso ni el más importante para poner a un país en la senda del desarrollo. Durante mucho tiempo he señalado la estrategia de desarrollo de China y el papel positivo que ha cumplido su régimen monetario administrado, al tiempo que he sostenido que China debe flotar y eventualmente flotará su moneda para mantener espacio de política cuando su excedente de exportaciones desaparezca[6].
Es cierto que la mayoría de los trabajos de los académicos que respaldan la TMM se refiere a países que cumplen las condiciones antes mencionadas como requisito para emitir una moneda soberana, eso es, después de todo, lo que le preocupa a la TMM. Muchos países no cumplen esas condiciones y los han examinado con menos frecuencia (para excepciones, ver en particular el trabajo de Bill Mitchell y Fadhel Kaboub). Los problemas que enfrentan los países emergentes son muy diferentes de los que enfrentan las naciones desarrolladas con moneda soberana, en las que nos hemos centrado principalmente. La TMM no es por esto errónea: se preocupa por la política económica mal orientada de las economías más grandes del mundo. Y, en gran medida, las fallas de política en estas naciones grandes y ricas se propagan y crean problemas en el resto del mundo. El crecimiento global decae a medida que las naciones ricas recurren cada vez más a la austeridad. Y los países más grandes también dirigen las instituciones internacionales que imponen duras condiciones a los países en desarrollo y exportan el pensamiento neoliberal que infecta la formulación de políticas internas en esos países. La receta de tasas de cambio fijas (así como la dolarización), los préstamos en moneda extranjera, los presupuestos ajustados mediante la “consolidación fiscal”, el crecimiento impulsado por las exportaciones y la política monetaria independiente (que es simplemente un precepto de tasas de interés altas) propagada dentro y fuera por los neoliberales (e incluso por muchos economistas heterodoxos) no han servido bien a los países desarrollados ni a los países en desarrollo. Argumentar que los emisores de moneda soberana pueden usar mejor su espacio de política interna no es una estrategia de “primero Estados Unidos”, y es posible que los países en desarrollo se beneficien si todas las naciones con moneda soberana reconocen las implicaciones de la TMM y las usan en su beneficio.
Pasemos a describir los caminos alternativos hacia la TMM. A menudo empezamos nuestra explicación por el camino de la lógica, pues se supone que los economistas son buenos en lógica. Se podría pensar que sí lo son, con todos sus modelos, sus matemáticas y su pensamiento deductivo. Pero tras cerca de 35 años trabajaando en esta profesión, he concluido que los economistas son terribles en lógica.
Empecemos entonces con el de la historia.
[1] Los vínculos a las críticas y a las réplicas se encuentran en Wray (2019a, 2019b, 2019c, 2019d, 2019e) y Mitchell (2019a, 2019b, 2019c).
[2] Ver una discusión detallada del enfoque de la TMM sobre las limitaciones de recursos en el contexto del New Deal verde en Wray y Nersisyan (2019).
[3] Por ello la TMM favorece el gasto dirigido de una Garantía de Empleo que contrata a los desempleados.
[4] Elegí deliberadamente a los países más pobres del mundo y a algunos países que los críticos suelen mencionar como “prueba” de que la TMM es errónea porque no se puede aplicar a ellos. También los eligen como “prueba” de que la TMM es un enfoque de “primero Estados Unidos” que no se preocupa por los países pobres. También cabe señalar que si bien la mayoría de los países quizás no emitan monedas soberanas (como se definieron antes), las naciones con moneda soberana representan la gran mayoría del PIB mundial, quizá más del 80%.
[5] Ver la discusión de Bill Mitchell sobre la relevancia de la TMM para los países en desarrollo en Mitchell (20199d) y la excelente explicación de Fadhel Kaboub (2019).
[6] Ver Wray y Liu (2014).
Ésta es la primera entrega de cuatro. Las siguientes se encuentran en los siguientes enlaces:
CAMINOS ALTERNATIVOS A LA TEORÍA MONETARIA MODERNA (parte 2 de 4)
CAMINOS ALTERNATIVOS A LA TEORÍA MONETARIA MODERNA (PARTE 4 DE 4)
CAMINOS ALTERNATIVOS A LA TEORÍA MONETARIA MODERNA (PARTE 4 DE 4)