Seguramente, si se preguntara esta cuestión por la calle, muchas personas no sabrían que contestar o, al menos, no sabrían identificar con claridad la respuesta adecuada. Por ello, antes de seguir con la exposición os animo a que os detengáis unos segundos a pensar cual sería vuestra respuesta (y os recomiendo que no sigáis leyendo hasta haberlo hecho).
Ahora, para ir situando la cuestión y contextualizar el tema a tratar, vamos a realizar un breve repaso histórico que nos ayudará a comprender mejor la dinámica económica actual.
Años 30. Tras el impacto del crack bursátil de 1929 que hundió las bolsas de valores estadounidenses, se inició la etapa conocida como la Gran Depresión. Para superar los devastadores efectos que estaban asediando a la población (desempleo masivo, empobrecimiento, etc…) el presidente Franklin Delano Roosvelt comenzó a aplicar una serie de medidas económicas paliativas inspiradas por el economista John Maynard Keynes. Al conjunto de actuaciones llevadas a cabo en estos años se le llamó “New Deal” y fué el comienzo del keynesianismo, cuyo objetivo primordial fue la consecución del pleno empleo y la estabilidad de precios. Para alcanzar dicha meta, el Estado jugaba un papel protagonista en la economía a través del gasto público y la política fiscal, que trataban de resolver los problemas que el devenir del libre mercado producía. Esto condujo a varias décadas de crecimiento económico, con mayor calidad de servicios públicos, reducción de la pobreza, etc… que se materializaron en el denominado Estado del Bienestar y dieron lugar a los “años dorados del capitalismo”, transcurridos desde después de la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los años 60.
Años 70. Durante las décadas anteriores, los trabajadores habían ido ganando derechos y poder de negociación. La situación cercana al pleno empleo hacía posible que hubiese menos miedo a ser despedido y una mayor libertad para rechazar condiciones laborales indignas. Además, el Estado empezaba a garantizar servicios públicos de calidad como sanidad, educación o pensiones, que desincentivaban a contratar dichos servicios de manera privada. Estos factores, a pesar de que generaban una creciente demanda, eran incómodos para grandes empresas que tenían que aceptar mejores condiciones laborales para los empleados, lo que significaba una minoración de sus beneficios.
Hasta entonces, la ideas de ciertos académicos como Hayek, Von Mises, o posteriormente Milton Friedman, que abogaban por confiar al libre mercado la marcha de la economía, la destrucción de los sindicatos, la reducción al máximo de la intervención del Estado en los asuntos económicos, la liberalización y desregulación de los mercados o las privatizaciones, eran intrascendentes y minoritarias. Sin embargo, cuando las élites empresariales detectaron que podían servir muy bien a sus intereses empezaron a financiar a sus propulsores, crear fundaciones y centros de pensamiento, apadrinar programas de investigación académica, darles visibilidad en medios de comunicación e instigar a organizaciones políticas a adoptarlas.
De manera que cuando a principios de los años 70 del siglo pasado la economía entró en crisis, y los gobernantes del momento fueron presionados a cambiar de rumbo, la alternativa ya estaba preparada. Había nacido el Neoliberalismo.
El primer experimento neoliberal fué en la dictadura de Pinochet en Chile, a partir de 1973, en estrecha colaboración con el economista estadounidense Milton Friedman y un grupo de discípulos suyos de la Universidad de Chicago, los conocidos como Chicago Boys.
Ya a principios de los años 80, el neoliberalismo tomó su impulso definitivo para convertirse en la corriente hegemónica que hoy es, gracias a que fue abrazado por parte de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Ambos profundizaron en la aplicación de medidas neoliberales que fueron desarmando a los trabajadores de sus derechos y empobreciéndolos paulatinamente (valga como muestra la guerra de la Dama de Hierro con los sindicatos mineros), junto con la amputación del Estado como actor principal de la economía. Las privatizaciones, liberalizaciones y la desregulación, fueron las armas principales para llevar a cabo dicha tarea. De esta manera, y simplificando bastante el proceso, podríamos decir que el Estado y los trabajadores, además de autónomos y pequeñas empresas, fueron perdiendo progresivamente su poder a favor de las grandes corporaciones empresariales.
Principios del siglo XXI. En este entorno, en el que la mayor parte de la población había visto reducida su capacidad de consumo y la inversión empresarial se estaba viendo amenazada, era muy complicado que se pudieran mantener largos períodos de crecimiento económico como en las décadas anteriores. Para solventar este escollo se recurrió a desregular el sistema financiero, lo cual hizo posible que los agentes económicos se endeudaran de forma masiva y muy por encima de lo que hubiera sido razonable.
Si a esto le unimos que la estabilidad económica se había delegado por completo a los designios del libre mercado, y el Estado cada vez jugaba un papel más residual en el tablero económico, no es de extrañar que pasará lo que pasó, la Crisis Financiera Global acontecida en 2008 tras la caída del banco de inversión Lehman Brothers y la crisis de las hipotecas subprime. En ese momento, en el que el sistema se había desmoronado, hubiera parecido acertado cambiar las reglas, pero sólo hubo algunos tímidos intentos que quedaron en nada como las manidas declaraciones del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, en las que manifestaba que “había que refundar el capitalismo”.
Lo que pasó, y sigue pasando, es que no hubo una alternativa con la suficiente fuerza para reemplazar al nefasto paradigma neoliberal, y la pregunta ahora es: ¿existe dicha alternativa?, y podríamos añadir esta otra: ¿estará preparada para cuando estalle otra gran crisis?.
Estas preguntas, así como una mayor profundización en la historia y efectos del neoliberalismo, vistos hoy de forma demasiado somera, serán abordados en las próximas entradas del blog.
Por cierto, la respuesta a la pregunta que encabeza el artículo, efectivamente y como ya todos imaginaréis, es el Neoliberalismo.