En medio de la mayor abundancia, nuestros líderes promueven la privación. Se nos dice que la atención médica nacional es inasequible, mientras hay camas hospitalarias vacías; se nos dice que no podemos permitirnos contratar más profesores, cuando hay muchos profesores desempleados; y nos dicen que no podemos darnos el lujo de dar almuerzos escolares, mientras que los alimentos sobrantes se desperdician.
Cuando las personas y el capital físico están productivamente empleados, el gasto público que traslada esos recursos a usos alternativos obliga a incurrir en sacrificios. Por ejemplo, si miles de hombres y mujeres jóvenes fueran reclutados en las fuerzas armadas, el país se beneficiaría de una fuerza militar más fuerte. Sin embargo, si los nuevos soldados hubieran sido constructores de viviendas, la nación podría sufrir una escasez de nuevas viviendas. Este intercambio puede reducir el bienestar general de la nación si los estadounidenses valoran más las casas nuevas que la protección militar adicional. Sin embargo, si la nueva mano de obra militar no proviene de constructores de viviendas sino de personas que estaban desempleadas, no hay sacrificio. El costo real de reclutar constructores de viviendas para el servicio militar es alto; el costo real de emplear a los desempleados es insignificante.
La esencia del proceso político es asumir que nos enfrentamos a sacrificios inherentes a un mundo de recursos limitados y deseos ilimitados. La idea de que las personas pueden mejorar sus vidas privándose de bienes y servicios excedentarios contradice tanto el sentido común como cualquier teoría económica respetable. Cuando hay muchos recursos ociosos como los hay hoy en los Estados Unidos, los costos sacrificados son a menudo mínimos, pero erróneamente se consideran inasequibles.
Cuando un miembro del Congreso revisa una lista de propuestas legislativas, actualmente determina su asequibilidad en función de la cantidad de ingresos que el gobierno federal desea recaudar, ya sea mediante impuestos o recortes de gastos. El dinero se considera un recurso económico. Los déficits presupuestarios y la deuda federal han sido el punto focal de la política fiscal, no los costos y beneficios económicos reales. Prevalece la visión dominante del gasto federal como imprudente, desastroso e irresponsable, simplemente porque aumenta el déficit.
Los grupos de interés de ambos extremos del espectro político han concurrido en torno a varios planes diseñados para reducir el déficit. La opinión popular da por sentado que un presupuesto equilibrado produce beneficios económicos netos tan solo superados por la amortización de la deuda. La administración Clinton afirma que un déficit menor en 1994 es uno de sus mayores logros. Todos los programas nuevos deben pagarse con ingresos fiscales o recortes de gastos. La neutralidad recaudatoria se ha convertido en sinónimo de responsabilidad fiscal.
Las palomas del déficit y los halcones del déficit que debaten las consecuencias de la política fiscal aceptan las percepciones tradicionales del endeudamiento federal. Ambos lados del debate aceptan la premisa de que el gobierno federal pide prestado dinero para financiar gastos. Solo difieren en su análisis de los efectos del déficit. Por ejemplo, las palomas pueden argumentar que, dado que el presupuesto no distingue entre inversión de capital y gastos corrientes, el déficit está sobreestimado. O que, dado que principalmente tomamos prestado de nosotros mismos, su carga se exagera. Pero incluso si los responsables de la formulación de políticas están convencidos de que el déficit actual es un problema relativamente menor, la posibilidad de que una determinada iniciativa de política fiscal pueda resultar inadvertidamente en un déficit alto, o que podamos deber dinero a extranjeros, entrañan un alto riesgo. Se cree que los déficits federales socavan la integridad financiera de la nación.
Los responsables políticos están completamente ofuscados por un pensamiento fiscal y monetario obsoleto e inaplicable. En consecuencia, nuestro rendimiento económico es permanentemente deficiente.
Traductor Stuart Medina
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