Teoría

CAMINOS ALTERNATIVOS A LA TEORÍA MONETARIA MODERNA (parte 2 de 4)

Camino
Escrito por L. Randall Wray

Segunda parte de la serie. La entrega anterior se puede encontrar en este enlace

CAMINOS ALTERNATIVOS A LA TEORÍA MONETARIA MODERNA (parte 1 de 4)

DOI: https://doi.org/10.18601/01245996.v22n43.03. 

Tomado de realworld economics review, 89, 5-22. Traducción de Alberto Supelano.  Recepción: 05-10-2019, aceptación:
06-05-2020. Sugerencia de citación: Wray. L. Randall. (2020). Caminos alternativos a la teoría monetaria moderna. Revista de Economía Institucional, 22(43), 29-56.

La versión en castellano se publicó originalmente en Revista de Economía Institucional, vol. 22, n.º 43, segundo semestre/2020, pp. 29-56 issn 0124-5996/e-issn 2346-2450

Reproducido con permiso del autor.

EL CAMINO HISTÓRICO A LA TMM

A menudo comenzamos por el principio, siguiendo la obra de G. F. Knapp, J. M. Keynes y A. M. Innes para ubicar los orígenes del dinero en las autoridades: primero autoridades religiosas, luego gobernantes seculares, hasta llegar a las democracias modernas[7]. Hemos contado las historias de las primeras tabletas de arcilla, de los palos de conteo y del desarrollo relativamente tardío de las monedas metálicas. Toda la evidencia conocida hasta hoy indica que las autoridades idearon un dinero de cuenta utilizado para denominar deudas y créditos (como Keynes teorizó después de leer a Innes, las primeras unidades monetarias siempre se basaron en unidades de peso del grano, que reflejaban los registros de las asignaciones diarias de alimentos que mantenían los templos que antecedieron a los estados modernos, como también documenta Michael Hudson). Luego impusieron a los súbditos o ciudadanos obligaciones denominadas en esas unidades monetarias (diezmos, tributos, honorarios, multas y después impuestos), emitieron sus propias obligaciones denominadas en el dinero de cuenta y luego cancelaban sus obligaciones a cambio de las obligaciones que habían impuesto.
Solo después se desarrollaron los mercados: estos se hicieron posibles una vez existió un dinero de cuenta y listas oficiales de precios en el dinero de cuenta. El dinero como medio de cambio llegó al final de este proceso histórico, luego del desarrollo del dinero de cuenta, de los impuestos y otras deudas, de los precios y los mercados. Los mercados funcionaban bien con créditos y deudas registradas en pizarra, arcilla u otra sustancia que haya sido útil para mantener registros. En otras palabras, la verdadera historia es contraria a la historia del paso del trueque al dinero que cuentan los libros de texto[8].

Esta historia alternativa está establecida más allá de toda duda. Y lleva directamente a la TMM. Pero los economistas no son mucho mejores en historia que en lógica. Veamos entonces un ejemplo mucho más reciente, más simple y más claro, mencionado por Farley Grubb, el principal experto en la moneda colonial de Estados Unidos. Los gobiernos coloniales de este país siempre tuvieron escasez de moneda británica (pero la Corona les prohibió acuñar las suyas) para financiar sus actividades, de modo que cada cual ideó su propio dinero de cuenta (p. ej., la libra de Virginia o la libra de Carolina del Norte), fijó impuestos en ese dinero de cuenta, emitió billetes en el dinero de cuenta, gastó los billetes, los recolectó en impuestos y luego quemó sus ingresos fiscales[9]. Dije que sería simple y claro. Una historia de la moneda soberana en Estados Unidos colonial de una sola frase. Para más detalles, leer a Grubb.

Hay varias cosas que me gustan de este ejemplo. Primera, es claro que las colonias gastaron primero los billetes y luego los recaudaron en impuestos. No habrían podido recoger billetes en impuestos si no los hubieran gastado primero porque no había otras monedas de papel. En esa época no había bancos que emitieran billetes en las colonias. Segunda, las colonias no gastaban los ingresos fiscales recibidos en forma de billetes. Como señala Grubb, quemaban los billetes. Todos los billetes. Ese era el propósito del impuesto: en las leyes tributarias, los impuestos se denominaban “Impuestos de redención” con el objetivo expreso de “redimir” los billetes; retirándolos de circulación para quemarlos. Por último, el gasto era simultáneamente una operación de “autofinanciación” a medida que los billetes se gastaban. Los impuestos son para redención, no para recaudar “ingresos” para gastar, como lo expresó Beardsley Ruml[10].

Veámoslo de esta manera: quemar los billetes era una maniobra para evitar la inflación. El objetivo de recoger los billetes era sacarlos de circulación. Si todos los contribuyentes simplemente los hubieran “perdido en el lavado”, no habría sido necesario recogerlos. Alternativamente, si los billetes tuvieran un código de autodestrucción incorporado (como en las cintas de Misión imposible), el impuesto de redención no habría sido necesario para eliminar los billetes. Pero nadie habría aceptado los billetes sin la obligación de pagar impuestos. Concluimos entonces que los impuestos son necesarios desde el comienzo para “impulsar la moneda” (es decir, para crearle una demanda) y quizás para redimir la moneda, retirando demanda agregada potencial para mantener a raya la inflación. Pero no para obtener ingresos[11].

Las colonias también recaudaban algunos impuestos en forma de moneda británica. Obviamente, las monedas no eran la moneda soberana de las colonias, sino de la Reina. Las monedas recaudadas como pago de impuestos luego se gastaban. Los ingresos fiscales son importantes para los gobiernos que no emiten moneda soberana: primero los impuestos, luego el gasto es su lema. Los emisores de moneda soberana gastan primero luego recaudan impuestos. Y luego queman los ingresos[12]. Esa es la diferencia entre un emisor de moneda y un usuario de moneda.

El punto final que subraya el caso de las colonias es que es bastante claro que el funcionamiento de sus sistemas monetarios soberanos no se basaba en un estado avanzado de desarrollo, un ejército poderoso o la emisión de una moneda de reserva internacional[13]. En esta etapa del desarrollo de Estados Unidos, cada colonia era prácticamente insignificante en términos de poder económico, su moneda no desempeñaba ningún papel fuera de sus fronteras y tenía una moneda internacional dominante (monedas británicas) que circulaba localmente (e incluso era aceptada por su gobierno). Sin embargo, la moneda colonial tenía una gran demanda local, y, según las fuentes de Grubb, en algunos casos era incluso preferida frente a las monedas británicas como medio de cambio. Así, estos pequeños gobiernos coloniales (¡aunque con grandes planes y un futuro brillante!) eran emisores de moneda soberana con capacidad para gastar y así crear su moneda.

Esa es la lección de historia para hoy. Es infinitamente generalizable. Así ha funcionado al menos durante los últimos 4.000 años, como señaló Keynes. Ese es el periodo del dinero moderno al que se aplica la TMM[14].

EL CAMINO LÓGICO A LA TMM

La oficina de Wynne Godley en el Instituto Levy estaba a unos pasos de la mía. Me llamó en un estado de agitación. Estaba examinando todos los modelos macro convencionales que pudo encontrar y me informó: “todos son incoherentes, todos y cada uno de ellos. El esquema de stock-flujo es inconsistente”. No me sorprendió, pues estaba al tanto de los problemas del modelo comodín, el IS-LM, un modelo que aún utilizan críticos de la TMM como Tom Palley y Paul Krugman, que incluso fue rechazado por quien lo desarrolló, John Hicks, el cual, en la década de 1980, anunció que no tenía ningún sentido.

La macro convencional nunca ha atribuido un papel significativo al dinero y a las finanzas. A todos los estudiantes de economía se les enseña el diagrama de flujo circular, con una flecha que va de los hogares a las empresas que representa las compras de bienes y servicios, y una flecha que va de las empresas a los hogares que representa los pagos de ingresos a los factores de producción. Los salarios financian el consumo y el consumo financia los salarios. Es una agradable regresión infinita que nunca se pregunta: ¿pero de dónde proviene el dinero?

En el capítulo 10 del libro de texto típico se consideran los bancos. El diagrama de flujo circular sitúa los bancos en el centro; captan depósitos de los ingresos de los factores y los prestan a las empresas para pagar los factores. Los bancos son intermediarios puros: prestan los depósitos que reciben y reciben los depósitos que prestan. No hay ninguna explicación de la génesis del dinero. Esta es aún la opinión de la mayoría de nuestros críticos, basada en una regresión infinita y sin espacio para un dinero del estado.

Más tarde aún, el libro de texto presenta un banco central, reservas y el multiplicador de depósitos que amplía la oferta de dinero a pesar de que ningún banco individual puede crear dinero. Es a la vez mágico y desconcertante. Paul Krugman aún lo usa para atacar a los minskianos que sostienen la tonta noción de que los bancos pueden crear dinero “de la nada”. Un impulso al gasto del gobierno simplemente desplaza la curva IS, elevando las tasas de interés y reduciendo la demanda de dinero de modo que una oferta monetaria fija pueda cumplir una doble función como una papa caliente que nadie quiere mantener a tasas de interés más altas. Los teóricos macro convencionales no intentan conciliar las existencias de dinero con los flujos de ingresos y gastos de los diagramas circulares. Rompe toda la consistencia de fondos y flujos.

Ningún economista convencional pierde su tiempo contemplando cómo el gobierno o las empresas privadas gastan más (flujo) sin financiación (fondos del balance). Como observó Joan Robinson, si un estudiante inteligente le hace al profesor una pregunta a este respecto, el profesor le dice que la respuesta se dará más adelante en los cursos más avanzados. Pero, por supuesto, la respuesta nunca llega y, a medida que el estudiante adquiere prudencia, sabe que no debe volver a preguntar. Estas son exactamente las preguntas que se aprende a evitar si se quiere avanzar en economía.

Kalecki dijo que la economía es la ciencia de confundir los fondos con los flujos, así que lo mejor es quedarse callado y confuso cuando se usan modelos incoherentes. Como diría Minsky, su análisis no es disciplinado por los balances. Y como decía Godley, un análisis coherente requiere que los flujos provengan de alguna parte para acumularse como fondos. Toda teoría convencional es incoherente en ese sentido.

Desafortunadamente, quizás la mayor parte de la teoría heterodoxa también sea incoherente.

Hace unos años participé en un proyecto de la Fundación Ford que reunió a algunos defensores del “dinero endógeno” y a algunos “nuevos institucionalistas”, incluidos dos ganadores del Premio Nobel, para encontrar un terreno común sobre las finanzas. Cuando intenté explicar que los bancos crean depósitos a medida que otorgan los préstamos que necesitan las empresas para comenzar el proceso de producción, los ganadores del Nobel me dijeron que no es así como funciona. Las empresas obtienen el dinero que necesitan de sus ventas.

Bien, pregunté, ¿dónde obtienen ese dinero los compradores? De los salarios que les pagan las empresas. ¿Pero cómo, pregunté, pueden las empresas pagar los salarios? De las ventas, por supuesto. Una regresión infinita. Cuando la discusión se acaloró, uno de los premios Nobel me dijo que los bancos no pueden crear dinero de la nada. Primero tienen que obtener reservas. Él sabía que eso era cierto porque su esposa, que estaba en la Fed, le había explicado el proceso del multiplicador de depósitos. (Ella pasó a la CBO, donde libró una batalla contra los déficits presupuestarios.) Cada banco solo presta el exceso de reservas, pero a nivel agregado hay una expansión múltiple. Ofuscación mágica que triunfa sobre la lógica.

Un relato final sobre los economistas y la lógica. Estuve en una conferencia sobre historia jurídica del dinero, llena de juristas académicos y algunos economistas heterodoxos. Uno de ellos (un teórico monetario postkeynesiano) daba una charla en la que argumentó que la visión de “los impuestos impulsan el dinero” era errónea porque cuando él aceptaba el pago en dólares nunca pensaba en los impuestos. Uno de los estudiosos del derecho levantó la mano y preguntó: ¿por qué lo aceptas? “Porque creo que alguien más lo aceptará”. De modo que acepta dólares porque cree que puede pasárselos a Fulano. Esta es la teoría del “timo” monetario de P. T. Barnum: cada minuto nace un idiota y algunos de ellos son más idiotas que yo, de modo que aceptaré una moneda fiduciaria con la expectativa de que pueda encontrar a uno de esos imbéciles. (El público estalló en carcajadas, gritándole “son los impuestos, estúpido”). Otra regresión infinita.

Como dije, los economistas no son buenos en lógica. Pero sigamos adelante de todos modos.

Warren Mosler da el siguiente ejemplo. Quería que sus hijos lavaran su auto. Para motivarlos, ofreció pagarles con sus tarjetas de visita personales. “Pero papá, ¿por qué querríamos tus tarjetas? No valen nada”. Bueno, respondió, hoy fijo un impuesto de cinco tarjetas de visita si queréis tener acceso a comida, ropa y albergue. “¿Cómo podemos obtener esas tarjetas?” Pagaré cinco tarjetas por lavar el auto. Observen cómo se aplica la lógica que aprendimos de la historia de la moneda colonial: Warren debe gastar primero antes de recoger las tarjetas; nadie puede pagar impuestos hasta que Warren gaste; y la redención de las tarjetas con el pago de impuestos las retira de la circulación. No hay una regresión infinita. El auto se lava y los hijos se alimentan. Los impuestos impulsan el dinero y el dinero moviliza recursos como la mano de obra para el lavado de autos. En pocas palabras, ése es nuestro sistema monetario.

Eric Tymoigne utiliza “cupones de pizza gratis” como ejemplo para demostrar la lógica de una moneda soberana. Su pizzería local emite cupones para obtener pizzas gratis. Cuando llega un cupón, el restaurante debe hornear una pizza. Los cupones pendientes representan obligaciones del restaurante y activos de los poseedores. Cada cupón vale una pizza hasta la fecha de vencimiento, después de la cual su valor cae inmediatamente a cero. Cuando se presenta un cupón al restaurante para redimirlo, se rompe y se arroja a la papelera de reciclaje. Solo un gerente de restaurante desorientado los guardaría en una “caja fuerte” creyéndolos activos valiosos. El gerente sabe que representan derechos y, por tanto, costos potenciales en términos de mano de obra, ingredientes y combustible necesarios para producir pizzas. Sería una tontería acumularlos para contarlos como activos que ayudarían a pagar los costos de satisfacer la demanda futura de pizzas de los clientes.

Si bien este ejemplo es muy diferente del anterior, lo más importante es que el emisor soberano también es el que produce el bien relevante (pizza) y no el comprador (del servicio de lavado de autos), pero existen grandes semejanzas. Aquí vemos de nuevo que el “cupón de pizza moneda soberana” se debe emitir antes de que se pueda redimir. Además, el emisor soberano destruye los cupones redimidos; en lugar de verlos como activos que se deben guardar (o gastar), el emisor los ve como una obligación que el restaurante redime cuando los recibe. Y aprendemos otra lección importante que también se aplica a las monedas soberanas: no tiene sentido que un soberano acumule sus propias obligaciones con el pretexto de que de algún modo estos pueden financiar el gasto más adelante.

Como ejemplo en el mundo real de una acción tan absurda, basta fijarse en el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, en el que el gobierno de Estados Unidos acumula obligaciones sobre sí mismo con la ilógica creencia de que reduce de alguna manera la necesidad de ingresos fiscales en el futuro distante proporcionando una fuente de “financiación” alternativa. La mayoría de los críticos de la TMM desean un Fondo de Reserva mayor para “pagar” la Seguridad Social con el que atender a los pensionistas dentro de veinte o cincuenta años. Es como la pizzería que guarda absurdamente los cupones redimidos creyendo que después ayudarán en la producción de pizzas.

Los economistas no son muy buenos en lógica.

Para resumir la lógica de la moneda soberana: el soberano elige un dinero de cuenta, fija un impuesto (u otra obligación) en esa unidad, emite una moneda (denominada en esa unidad) en pago por los bienes y servicios que desea, y recoge la moneda como pago de impuestos. La lógica se aplica a cualquier forma de dinero que elija el soberano: monedas, papel o apuntes electrónicos, tales como el tecleo de abonos en depósitos bancarios privados o en reservas en el banco central. El soberano no puede quedarse sin dinero y no tiene necesidad de almacenar los tecleos para usarlos más tarde.

Como dijo Keynes, los estados han reclamado el derecho de hacer esto al menos durante los últimos 4.000 años. Con la llegada de los bancos centrales, la práctica oscurece parte de la lógica. Pasaremos a la práctica del mundo real en la sección final para mostrar que la lógica aún se mantiene pese a los procedimientos modernos.

[7] Para una discusión anterior, ver Wray (1998).

[8] Ver Graeber (2011).

[9] Sí, literalmente los quemó, como se señala en los registros coloniales que mantenían un estricto seguimiento del número de billetes emitidos y después quemados.

[10] Ver Ruml (1946). También se debe tener en cuenta que nuestro término “ingreso” se deriva de la antigua palabra francesa que indica “devolución”. ¿Qué se devuelve en el pago de impuestos? La moneda emitida cuando el gobierno la gastó. Aún utilizamos el término “devolución de impuestos” cuando declaramos nuestros impuestos.

[11] Esto fue lo que observó Beardsley Ruml después de la Segunda Guerra Mundial en su artículo de 1946 “Los impuestos para ingrsos son obsoletos”.

[12] O fúndala y vuelva a acuñarla en el caso de la moneda de metal.

[13] Nuestros críticos a menudo dicen que la TMM solo se aplica a Estados Unidos porque es una potencia militar poderosa, ha ido y regresado de la luna, y emite la moneda de reserva internacional. Es claro que Estados Unidos colonial no podía hacer ninguna de esas cosas.

[14] Se me ocurrió el término “dinero moderno” como una broma interna basada en una afirmación de Keynes en el Tratado, y lo usé en el título de mi libro de 1998. Keynes parece haber llegado a este punto de vista después de revisar el artículo de Innes de 1913, que lo llevó a estudiar las primeras monedas, durante un periodo al que llamó su “Locura de Babilonia”. Ver Ingham (2000). La afirmación de Keynes fue la siguiente: “Por tanto, el Estado aparece ante todo como la autoridad legal que hace cumplir el pago de lo que corresponde al nombre o descripción de los contratos. Pero aparece otra vez cuando reclama, además, el derecho a determinar y declarar qué cosa corresponde al nombre, y a variar su declaración de vez en cuando, es decir, cuando reclama el derecho a reeditar el diccionario. Este derecho es reclamado por todos los estados modernos y lo ha sido así al menos durante unos cuatro mil años” (Keynes, 1976, p. 4; cursivas añadidas).

 

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