Berlín y “su” UE al asalto de la soberanía española
Vivimos tiempos difíciles, tiempos preñados de cambios. Son estos tiempos los que suelen marcar para bien o para mal el futuro de países, culturas y sociedades. En estas circunstancias todo lo acostumbrado pasa a estar en tela de juicio y creencias, pero también alianzas firmemente arraigadas son puestas por los hechos en entredicho. En definitiva son tiempos donde las naciones y los pueblos se juegan su destino.
En esos tiempos dos tipos de actores se vuelven fácilmente identificables en la escena internacional: los actores “sujetos” que serán los que determinen el curso de los acontecimientos y los actores “objetos”, que serán aquellos sobre los que acciones de los sujetos tendrán lugar.
Al igual que en otros tiempos la religión o la ideología fueron la cuestión central a dirimir y componían así el “punto de ruptura” que separaba los campos enfrentados en grupos claramente definidos (católicos- protestantes, capitalistas- socialistas) la cuestión central de nuestro tiempo estriba en determinar si conservamos los estados nación o damos paso a estructuras supranacionales que por definición carecen de pueblo soberano al que rendir cuentas. Las multinacionales y el poder oligárquico apátrida ya han tomado partido. Su modelo son las estructuras supranacionales tecnocráticas, lejanas y liberadas de las ataduras que supone ser instrumento de un pueblo soberano. Resulta claro que esta elección de la élite no puede ser apoyada por el pueblo si es descubierta y expuesta, por lo que no puede ser defendida directamente y ha de ocultarse y disfrazarse de algo diferente todo el tiempo que sea posible.
Las oligarquías financieras junto a sus serviles castas políticas han tenido tiempo para preparar el golpe y cuentan, después de la destrucción sistemática de la izquierda en los 80 y sobre todo los 90, con un aliado inesperado, a saber, la nueva izquierda posmoderna surgida a través del trabajo infatigable de NGO, think tanks e intelectuales y profesores de universidad generosamente remunerados y que han sabido utilizar los nuevos conocimientos que las ciencias sociales y del comportamiento, la biología, la neurología así como la física y la informática les han suministrado. El objetivo marcado no es sólo acabar con la nación como representación política del pueblo soberano. Este golpe debe ser definitivo e irreversible y es por eso que su objetivo es aún más ambicioso. Se trata de acabar con el pueblo como entidad semihomogénea con un destino común, capaz de dotarse y de utilizar la soberanía así alcanzada tras siglos de lucha en una organización política al servicio de todos. En definitiva, nos enfrentamos a una élite que pretende destruir los vínculos sociales, culturales, históricos, religiosos, familiares, económicos e incluso sexuales que hacen posible la existencia de un pueblo para remplazarla por individuos aislados sin ninguna conexión y para así alcanzar una mero cúmulo de súbditos perpetuos utilizables a voluntad.
Este proceso en marcha es global y puede ser observado en casi todos los rincones del planeta. Sin embargo, parece que la nación elegida como primera víctima (al menos en lo que conocemos como mundo occidental) es España. Hay circunstancias objetivas (la existencia de dos Españas que se esfuerzan por no reencontrarse, la aparición recurrente de un racismo étnico y cultural en los secesionismos una cierta incapacidad inherente a autoflagelarnos, una incapacidad sempiterna de nuestras élites para generar un proyecto integrador y su servilismo permanente a Europa) y también simbólicas (España como némesis de un poder anglosajón al timón de este proceso de destrucción y un marcado desprecio de las potencias del norte de Europa) que hacen de ella una candidata ideal.
Observemos el avance de este proceso colocando el foco en los acontecimientos que se desarrollan ante nuestros ojos, sin que por eso seamos siempre capaces de observarlos, distraídos como siempre por una prensa servil y cooptada. Para ello fijaremos nuestra atención en las acciones de nuestro gobierno, prototipo de lo que antes llamábamos “actor objeto” en relación a acciones concretas de personajes muy ligados a Alemania (principal actor sujeto en el ámbito europeo) en su trabajo permanente de zapa y de destrucción a cámara lenta de la soberanía nacional.
Alemania: actor sujeto de la nueva entidad postnacional europea.
Empecemos fijando nuestra atención en Alemania. La economía más potente de la Unión y responsable de cerca de un tercio de su PIB europeo se ha convertido además en su motor político. Pese al esfuerzo de Francia por mantener la ilusión de tándem, es el país teutón el que mayor influencia en la orientación de la política europea ejerce. Personalizando, es la Canciller y no el Presidente de la República la que marca los ritmos de la evolución política y es por esto por lo que debemos centrarnos en los movimientos que allí se producen. No es la Francia de la ciudadanía sino la Europa de las identidades minoritarias la que orienta el camino.
Pese a esta posición de fuerza aparente, Berlín presenta una debilidad estructural muy significativa, algo bien conocido por sus círculos informados de poder. Este flanco débil es la enorme dependencia del PIB alemán, cercana al 50% de sus exportaciones. Este asunto no es baladí. Así lo que en principio podría entenderse como una fortaleza (su fuerte baza exportadora) se convierte en una debilidad estructural en tiempos de repliegue de la mundialización, con una situación internacional cada vez más crispada. Dicho de otra manera, una pérdida de mercados exteriores abrupta llevaría a Alemania a una situación de crisis profunda, con millones de parados y con una destrucción inmediata de sectores productivos vitales. La cuestión de la apertura del comercio es para Alemania una cuestión de supervivencia. Y esto es algo que sus élites, fuertemente impregnadas por las ideas de los globalistas y más allá de diferencias puntuales, comprenden.
Esta realidad obliga a Berlín a reconsiderar su acción exterior y ha convertido a Alemania en uno de los mayores defensores de la globalización neoliberal, o dicho de una manera algo menos neutral, ha convertido la protección de sus vitales mercados de exportación en una prioridad de estado. La llegada al poder de Trump (un defensor de la existencia de las naciones) y su retórica de defensa de la producción nacional, la elevación de aranceles y contraria al libre cambio sin restricciones (Trump deshizo el TPP que ya había sido firmado y funcionando, acabó con las negociaciones del TTIP y TiSA y reformó de forma radical el ya anciano tratado NAFTA) hizo saltar todas las alarmas de las élites económicas y ha transformado a Alemania en el mayor defensor de la mundialización en el campo occidental (sin olvidar por esto el papel siempre más oculto de la City de Londres).
Y esta no fue la única consecuencia. Lo que es incluso más grave, la llegada de Trump al poder reforzó tendencias ya existentes en el seno de la Unión Europea a reforzar el papel de las naciones y disminuir el de Bruselas, ante los evidentes signos de deterioro que la existencia del Euro y su “gobernanza” dejaban en importantes economías europeas como la italiana, o en el caso de Polonia o Hungría, como el rodillo bienpensante europeo dislocaba culturalmente a países del este europeo que se negaban a seguir los dictados que provenían de Bruselas en materia social. Estas circunstancias “de rebelión” en su patio trasero han sido determinantes y han forzado una aceleración en los intentos de Alemania en connivencia con otras élites apaciguadas de crear una entidad supranacional europea en contra de la opinión repetidas veces expresada por pueblos europeos. Alemania se ha embarcado por tanto en una “cruzada antinación” que se esconde bajo el nombre de lucha contra el “populismo”, convirtiendo a la Unión Europea bajo su égida en el refugio de las fuerzas globalistas que propugnan la desaparición progresiva de las naciones, a sabiendas que esta nueva Europa será teutona.
Quizá el defensor más acérrimo de este giro en Alemania hacia la creación de un superestado sea la figura del antiguo delfín de Helmut Kohl, todopoderoso ex ministro de Interior y Finanzas en los gobiernos de Merkel y actual presidente del Bundestag alemán. Pocos personajes han influido más en la orientación de Alemania como la de este político omnipresente en las altas esferas del poder alemán desde hace más de tres decenios. Esta figura conocida pero no siempre valorada en su justa importancia en su influencia en la política alemana, marca de forma decisiva la orientación alemana en la cuestión europea. De él hablaremos extensamente más adelante.
España: actor objeto y primera víctima de la política identitaria de “defensa de las minorías”
En el otro lado de la balanza se encuentra España. Este país del que su presidente en 2008 de modo rimbombante afirmaba que jugaba en la “champions league” de naciones se encuentra en una situación verdaderamente calamitosa. Todavía no recuperada de las cicatrices profundas de la crisis del 2008 afronta una nueva de enorme calado (su PIB caerá en torno al 12% en 2020) arrastrando al mismo tiempo una crisis de valores y un enfrentamiento social muy acentuado. Y, lo que es aún más preocupante, con un liderazgo caracterizado por un presidente intelectualmente nulo, sin un claro proyecto de país y aliado a fuerzas tanto dentro de España como fuera de ella que propugnan su disolución, junto a un vicepresidente que según sus propias afirmaciones no “puede pronunciar la palabra España” y es partidario de la celebración de referéndums secesionistas de marcado carácter identitario. En definitiva, el ejemplo perfecto de un “actor objeto”, sin peso político para decidir sobre la evolución de los acontecimientos y que ha de padecer los efectos de la decisiones adoptadas fuera de sus fronteras. El gobierno en su conjunto no es más que una comparsa de sus élites económicas aliadas éstas a las fuerzas mundialistas que ven en España, por su debilidad interna que ellas han alimentado, uno de los primeros peones a derribar en este juego macabro de ajedrez.
El nuevo diktat del gobierno supranacional europeo bajo égida germana empezó con la pérdida real de la soberanía en Grecia. Debe continuar ahora por el primer cambio de fronteras políticas en Europa. Esta desintegración real de la nación se hará por medio de una federalización- confederalización de España, que acabará ya no de modo fáctico sino también legal con la soberanía de la nación española. El tumor principal no está en la periferia. Se sitúa en Madrid.
La siguiente entrega se puede encontrar en este enlace.